La Selección Argentina de voley disputó el torneo clasificatorio a los Juegos Panamericanos, en el que obtuvo el segundo puesto.
La competencia se llevó a cabo en Chile, que de hecho fue el país que se quedó con el primer lugar tras ganarle la final al conjunto albiceleste. Me encantaría hablar del juego desarrollado por el equipo dirigido por Pablo Rico, de sus virtudes y de sus defectos, pero una cuestión extra deportiva se robó la atención.
Mientras se desarrollaba el primer partido entre el conjunto local y el argentino, un adulto, simpatizante de Chile, comenzó a insultar y agredir sin ningún tipo de escrúpulos a un adolescente argentino que se encontraba disputando el encuentro. ¿Por qué? Por su color de piel.
Sobre racismo y xenofobia podríamos hacer mil informes, notas y hasta inclusive sentarnos con las personas a dialogar y a intentar entender por qué piensan de esa manera. Pero no es mi intención ahora.
Hoy intento ponerme en el lugar del deportista que fue hostigado, y pienso; ¿cómo se hace para mantener la cabeza fría? ¿Se puede seguir jugando el partido como si nada hubiera pasado? ¿Cómo se hace para no reaccionar? La Selección Argentina no cuenta con psicólogo deportivo, y eso me parece fundamental para comenzar a analizar la manera de reaccionar que esperamos de nuestros deportistas.
Exceptuando algunos casos, lo más probable es que en un estadio con cuatro mil personas, que simpatizan por tu rival, no vas a sentirte cómodo. Eso es parte del juego, y un deportista va acostumbrándose de a poco. Pero a lo que no debería habituarse es a la violencia.
Eso no es normal. Espero que algún día podamos recapacitar como sociedad, y entender.
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