Luego que el presidente de Argentina, Alberto Fernández, diera a conocer la cuarentena total y obligatoria por el avance del Coronavirus en el país, supe que debía realizar mi trabajo con normalidad, y así fue. Por orden de mi empleador, tuve que continuar con las tareas habituales que yo realizaba.
Por supuesto que decidí salir preparada, con guantes de látex, alcohol en gel, barbijo de tela, sin ningún accesorio y traté de evitar cualquier tipo de contacto con los vecinos del barrio, pero pese a esto, el miedo siempre estuvo. En principio me llamó muchísimo la atención la cantidad de personas que había circulaban por la calle, quizás, sin entender que esta situación extrema nos afecta a todos. Familias paseando a sus niños, personas sin la protección adecuada...
El miedo siguió, pero yo continué realizando mi trabajo e intenté dejar de llenar mi cabeza de temores, ya estaba a punto de regresar a mi casa, y fue en ese momento, cuando me crucé con una ex profesora de la escuela a la que yo asistía. Instantáneamente, además de saludarla (con distanciamiento social, por supuesto), no pude ocultar mi sorpresa por ver a una persona mayor realizando actividad física en la vía pública, y me ofrecí a hacerle las compras necesarias para que se quede segura en su casa. “No Lu, de algo hay que morir, yo quiero salir a caminar y tomar aire. Igualmente agradezco que te hayas ofrecido, pero no gracias”, me respondió mi maestra de 5to grado, que no tiene menos de sesenta y cinco años.
Después de eso, sin poder salir del asombro, la saludé gestualmente con la mano, y no lo pude evitar; pasé todo el trayecto que restaba hacia mi casa, pensando en eso. En que realmente hay gente que no toma dimensión del momento que está viviendo el planeta entero, y cuesta más entenderlo cuando quien no lo comprende, pertenece al grupo con riesgo de muerte.
Tomemos conciencia al respecto, si alguien en tu entorno aún no lo entendió, hacele ver lo riesgoso que es el contagio. Sin llegar al extremo de la paranoia, pero comprendiendo que acá, hoy, y con esta enfermedad, corremos riesgo de muerte, y no se salva nadie.
Por supuesto que decidí salir preparada, con guantes de látex, alcohol en gel, barbijo de tela, sin ningún accesorio y traté de evitar cualquier tipo de contacto con los vecinos del barrio, pero pese a esto, el miedo siempre estuvo. En principio me llamó muchísimo la atención la cantidad de personas que había circulaban por la calle, quizás, sin entender que esta situación extrema nos afecta a todos. Familias paseando a sus niños, personas sin la protección adecuada...
El miedo siguió, pero yo continué realizando mi trabajo e intenté dejar de llenar mi cabeza de temores, ya estaba a punto de regresar a mi casa, y fue en ese momento, cuando me crucé con una ex profesora de la escuela a la que yo asistía. Instantáneamente, además de saludarla (con distanciamiento social, por supuesto), no pude ocultar mi sorpresa por ver a una persona mayor realizando actividad física en la vía pública, y me ofrecí a hacerle las compras necesarias para que se quede segura en su casa. “No Lu, de algo hay que morir, yo quiero salir a caminar y tomar aire. Igualmente agradezco que te hayas ofrecido, pero no gracias”, me respondió mi maestra de 5to grado, que no tiene menos de sesenta y cinco años.
Después de eso, sin poder salir del asombro, la saludé gestualmente con la mano, y no lo pude evitar; pasé todo el trayecto que restaba hacia mi casa, pensando en eso. En que realmente hay gente que no toma dimensión del momento que está viviendo el planeta entero, y cuesta más entenderlo cuando quien no lo comprende, pertenece al grupo con riesgo de muerte.
Tomemos conciencia al respecto, si alguien en tu entorno aún no lo entendió, hacele ver lo riesgoso que es el contagio. Sin llegar al extremo de la paranoia, pero comprendiendo que acá, hoy, y con esta enfermedad, corremos riesgo de muerte, y no se salva nadie.
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